Dentro de nuestro organismo existe un órgano que, aunque muchas veces no recibe la atención que merece, trabaja incansablemente día y noche para mantenernos con vida: el hígado. Se trata del principal centro de depuración del cuerpo, pues en su interior se llevan a cabo com|plejos procesos químicos que permiten neutralizar y eliminar sustancias dañinas que producimos de manera natural con el metabolismo. También es responsable de transformar los fármacos para que puedan ejercer su efecto o, en su defecto, ser expulsados del cuerpo.
Pero su importancia no termina ahí. El hígado cumple con múltiples funciones esenciales: participa en la síntesis de proteínas indispensables, produce factores de coagulación que nos protegen frente a hemorragias, almacena reservas de energía en forma de glucógeno y es un depósito estratégico de vitaminas y minerales. En pocas palabras, un hígado sano es sinónimo de equilibrio y bienestar.
A pesar de ser tan crucial, este órgano es también muy vulnerable. Una de las afecciones más comunes es la llamada esteatosis hepática, mejor conocida como hígado graso. Esta condición se caracteriza por la acumulación excesiva de lípidos dentro de las células hepáticas. Aunque suele asociarse al consumo de alcohol, también puede presentarse en personas que nunca han bebido. Con el paso de los años, esa grasa puede generar inflamación crónica y, en ciertos casos, progresar hacia enfermedades graves como cirrosis o cáncer de hígado.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más del 90% de quienes padecen obesidad presentan hígado graso. Sin embargo, no es un problema exclusivo de esta población: individuos con peso normal, personas con diabetes o incluso gente aparentemente saludable pueden desarrollarlo. Lo más preocupante es que en la mayoría de los casos no da síntomas evidentes hasta que la enfermedad ya ha avanzado. Algunas señales de alerta que pueden aparecer son dolores de cabeza frecuentes, digestiones pesadas, sensación de inflamación abdominal, color amarillento en la piel y en los ojos o enrojecimiento de las palmas.
La buena noticia es que existen formas de reducir el riesgo. La práctica regular de actividad física es un factor protector fundamental. Un artículo publicado en Runners World señala que correr ayuda a mantener el hígado en buen estado y a prevenir la aparición del hígado graso no alcohólico. En la misma línea, un estudio de la revista Molecular Metabolism demostró que el ejercicio aeróbico mejora la función de las mitocondrias, reduciendo así la acumulación de grasa en este órgano.
A la par del ejercicio, la alimentación juega un papel decisivo. Una dieta basada en frutas, verduras, cereales integrales y grasas saludables (como las provenientes del aceite de oliva o los frutos secos) puede disminuir de manera significativa el riesgo de desarrollar esta enfermedad, tal como señala la Mayo Clinic.
Por ello, aunque el hígado es un órgano silencioso que pocas veces “se queja”, su bienestar depende en gran medida de nuestro estilo de vida. Mantener una dieta equilibrada, ejercitarse con regularidad y acudir al médico ante cualquier duda son pasos clave para asegurar que este motor vital continúe funcionando sin problemas.
Las píldoras informativas en materia de salud presentadas en este sitio solo cumplen la función de difusión de lo que ya ha sido reportado en la literatura, y dicha información nunca deberá ser usada como método de auto diagnóstico. Si sospecha de alguna enfermedad, consulte a su médico.
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