El ánimo expansionista de Chávez, apadrinado por los hermanos Castro, alcanzó a buena parte de Sudamérica. La figura del exparacaidista –y golpista– despertaba simpatías en el Brasil de Lula, la Bolivia de Evo Morales, el Ecuador de Rafael Correa y hasta en el Paraguay de Fernando Lugo, aquel obispo que resultó ser padre de familia numerosa. Pero en ninguno de estos países cuajó tanto el chavismo como en Argentina. El resultado, tras tres Gobiernos consecutivos de kirchnerismo, fue un país arrasado donde la mitad de la población odiaba (y odia) a la otra mitad. Macri no pudo, no quiso o no supo cambiarlo.
Las expropiaciones de Chávez tuvieron su réplica en Buenos Aires a partir del 2003 y la expresión más obscena fue la de YPF a Repsol en el 2012. La consecuencia fue el aislamiento casi total de un país en cesación de pagos. Ese modelo, siete meses después de la investidura de Alberto Fernández, se repite con una Argentina en «default». Vicentín, empresa agraria en concurso de acreedores, es el nuevo botín de la viuda de Néstor Kirchner, la que, desde el búnker de la Vicepresidencia, ordena, «exprópiese».