La última metedura de pata de Biden ha sido describir a los votantes afro-americanos como «un bloque unido, a diferencia de los hispanos». Se refería posiblemente a que los primeros tienden a votar demócrata y los segundos dividen sus preferencias. Pero le han llovido las críticas y su respuesta ha sido sencilla: clarificar, rectificar, admitir el error. Una humildad que contrasta con los ataques furibundos de Trump a todo lo que se mueve, obsesionado por ganar siempre, alérgico a la auto-corrección. Esta semana, por primera vez en la historia, Facebook ha eliminado un mensaje del presidente en el que afirmaba que los niños son casi inmunes al coronavirus, un revés que deja entrever un giro en una de las redes sociales más influyentes.
Trump empieza a actuar a la desesperada y ha acusado a Biden de no tener Dios y de estar en contra de la religión, cuando es bien sabido que el candidato demócrata es católico y relata orgulloso cómo su fe le ha guiado en muchas situaciones difíciles de la vida. Queda mucha campaña por delante. Biden puede perder su clara ventaja, equivocarse por ejemplo en la nominación de vicepresidenta, y Trump recuperar tracción en las encuestas con su discurso de choque contra la elite de Washington. Pero el candidato demócrata ha dado con el tono que puede llevarle a la Casa Blanca, una palabra amable del tío Joe.