Profesor de educación física pasó su vida ejerciendo la dirección de un instituto: «Sufría estrés, dormía mal, comía de manera desordenada y no me preocupé. Cuando me jubilé me di cuenta de que aquello iba en serio y de que no se trataba solo de tomar pastillas, sino de mejorar mi calidad de vida. Podía optar por hábitos saludables y eso es una gran oportunidad», reconoce. Pero para ello, la mejor fórmula es «asumir la enfermedad, y la asumes cuando la conoces», dice.
En su vida fue crucial acercarse a la Asociación para la Diabetes de Salamanca, después se apuntó a un programa de pacientes activos para hacer cursos intensivos. Durante unos días en el Camino de Santiago, organizados por la Fundación para la diabetes, tuvo la oportunidad de convivir con pacientes de diabetes tipo 1 que necesitan inyectarse insulina. «Fue un acicate, yo era un privilegiado y tenía la oportunidad de cuidarme para controlarla», recuerda. Desde entonces para él hay tres reglas básicas: «el ejercicio, la alimentación y lo que yo llamo el pastillaje que tomo de forma estricta según la recomendación del médico. Tengo claro que a mejor calidad de vida hay más salud y más años sanos para disfrutar con los tuyos».
Enrique camina más de diez kilómetros al día, cultiva tomates en su finca y pertenece a un grupo de montaña con el que realiza marchas de hasta ocho horas y tiene claro que, aunque tenga que llevar a esta enfermedad en la mochila, no va a impedir que siga ascendiendo montañas para contemplar desde lo alto el increíble paisaje de los Picos de Europa, Gredos o Sierra Nevada.
Hace apenas dos meses que Catalina Gómez ha cumplido 73 años y desde hace 17 la diabetes tipo 2 también es su compañera de viaje. «Cuando me lo dijeron no me hizo ninguna gracia, no podía imaginarlo porque yo comía bien, andaba y no estaba gruesa, pero en esta enfermedad también hay un componente hereditario y mi madre fue diabética». Catalina reconoce que cuidarse no ha sido un gran sacrificio, se siente bien y de la buena alimentación también se beneficia su marido Pepe. «Siempre me han gustado las verduras, los alimentos a la plancha y comer sano. Hago mis cinco comidas al día, me hago mis revisiones, tomo mis pastillas… Cuidarme me ha mantenido activa, delgada, saludable y tal vez me ha evitado otras complicaciones propias de mi edad», explica.
Catalina GómezComo Enrique, el ejercicio es una rutina en su vida. Sale a andar, reconoce que no le gustan los gimnasios y que es una apasionada de la bicicleta: tiene una de paseo y otra estática. «El otro día me fui en ella a recoger una analítica al ambulatorio que me queda como a media hora andando. Tengo la suerte de vivir en Murcia donde todo es llano y antes cuando tenía que recoger a mis nietos iba pedaleando. Y no hay nada como pasear con ella por los caminos de las huertas contemplando los almendros. Hay que cuidarse y ser feliz aunque la diabetes tipo 2 te acompañe todos los días. Yo más que en la mochila la llevo en el transportín», bromea.
Pero si hay alguien para quien esta enfermedad es, desde hace muchos años su compañera de vida es María Rasal. Acostumbrada a visitar desde los trece años al endocrino para combatir el sobrepeso, a los 28 años fue diagnosticada de diabetes tipo 2, pero, a pesar de los esfuerzos, su páncreas dejó de funcionar y hoy depende de la insulina. Tiene 41 años. «Los tratamientos de hoy poco tienen que ver con los de antes y ha dejado de ser una enfermedad mortal para convertirse en crónica. Poder contar con un diagnóstico claro y temprano resulta decisivo, y sería fantástico que existieran unidades médicas multidisciplinares para un abordaje total donde haya endrocrinos, oftalmólogos, podólogos, psicólogos…», reivindica María que, casualidades de la vida, ha acabado ejerciendo su profesión de administrativa en la Asociación para la Diabetes de Zaragoza.
Para María todavía falta formación tanto por parte de los sanitarios como del propio paciente. Las asociaciones de personas con diabetes intentan cubrir ese vacío, en ellas, además de información o charlas con especialistas, los enfermos encuentran una dedicación personalizada y continua. María resalta la importancia de la dieta y del ejercicio, y se refiere muy en especial a las personas mayores que debido al Covid 19 se han encerrado en sus casas. «Tienen que salir con precaución, aunque solo sea a por el pan o a dar una pequeña vuelta, porque la actividad física ayuda a controlarla. Esta es una enfermedad que no descansa y con la que se convive 24 horas durante 365 días del año, pero con la que se puede vivir y tener calidad de vida», sentencia.