Tyler Vilus nació en Troyes (departamento del Aube, en el este de Francia) y se convirtió al islam a los veinte años, a través de internet y escuchando a su madre, musulmana fanática, conocida oficiosamente como «Abuelita yihad», condenada a diez años de cárcel por delitos de diversa naturaleza.
Convertido al islam, Vilus se fanatizó con extrema rapidez y huyó a Siria dos o tres años antes de la matanza del mes de noviembre de 2015, en París, en la sala de conciertos «Bataclan».
Vilus hizo una carrera vertiginosa en el seno de la «burocracia» del Estado Islámico (Daesh): «policía político», «jefe de comandos», autor de atentados, para culminar como «emir» de un grupo de fanáticos criminales.
Vilus había estado en contacto con los futuros autores de los atentados y matanzas parisinas del 2015 (Bataclan, «Charlie Hebdo»). Esas relaciones fueron su perdición: meses antes, pudo ser localizado y detenido, el 2 de julio de ese año, en al aeropuerto de Estambul, desde donde fue expulsado a Francia tres semanas más tarde.
La justicia ha tardado cinco años cortos en instruir un caso que tiene mucho de arquetípico, en su tragedia ensangrentada: un francés de confesión musulmana, que decide abandonar su «patria» para enrolarse en las filas del Estado Islámico (Daesh), participando activamente en la «guerra santa» contra todo tipo de «infieles» (occidentales, judíos, musulmanes de distintas confesiones), en Siria, en Irak, en el Magreb.
Encarcelado en Francia, Vilus pudo conservar su teléfono personal durante una corta temporada. Y sus llamadas y mensajes permitieron a los servicios de seguridad descubrir nuevas pistas y relaciones criminales.
El proceso de Vilus debe prolongarse varias semanas. Corre el riesgo de ser condenado a cadena perpetua, por un rosario de crímenes de sangre, perpetrados muy mayoritariamente en Siria.