En la rumbosidad del chavista, con independencia de las circunstancias, hay algo del alma profunda de rico del venezolano, desde que el petróleo mueve el mundo y a cada niño se le enseña que su país es el primero en reservas del planeta. Recuerda en cierto modo al argentino. «Mira –me comentaba con sorna hace tiempo un amigo durante la Feria Rural de Buenos Aires–, aquí está el patriciado vacuno, que todavía piensa que Argentina puede controlar la economía mundial gracias a sus inmensas reservas de carne».
Una de las impresiones más vivas de mi último periodo universitario fue leer, a finales de los 70, la convocatoria de becas para estudiantes y científicos españoles, con dotaciones extraordinarias para realizar tesis doctorales en las primeras instituciones educativas de Venezuela. Entonces, los dirigentes venezolanos, como los jeques saudíes, creían que podían comprar el mundo y atraer a los mejores talentos tirando de petrodólar. Hoy, el coste de un curso académico en cualquiera de las universidades privadas de gran prestigio antes del chavismo oscila en los 50 euros al año. Esa es la realidad del país, aunque Maduro sienta gusturrinín pensando que está financiando a la izquierda europea.